Después del desayuno y una vez equipados, nos dirigimos al embarcadero, el grupo de dividió en dos, cuatro embarcaron en una zodiac y nueve en un jet de agua, para cruzar el lago y remontar el Río Leones, con el objetivo de llegar al glaciar del mismo nombre.
El ascenso por el río, impresionante, era como hacer rafting pero al revés, en más de una ocasión nos metimos por sitios que en la distancia paria imposible que pasásemos, en otras ocasiones, las olas, turbulencias y remolinos que se forman en el río hacia que nos enfrentásemos a muros de agua. Después de más o menos media hora, nos dejaron en tierra y comenzamos una caminata hasta el borde del Lago Leones.
Cuando estábamos llegando empezó a llover y siguiendo las instrucciones del guía, nos metimos en una cueva para protegernos, encendimos una fogata para secarnos un poco, comimos y esperamos a que escampase un poco. Después de una hora más o menos, aflojo un poco la lluvia y nos subimos todos a otra barca para llegar hasta el borde del glaciar.
Toda la travesía del lago lloviznando, pero a medida que nos acercábamos dejó de llover, pudimos contemplar el frente del glaciar a escasos metros, siempre conservando una distancia mínima de seguridad ya que los desprendimientos de hielo eran constantes, algunos levantaban olas que hacían moverse la barca con cierta fuerza. Cuando terminamos de cruzar el glaciar nos paramos a la izquierda del mismo donde desembarcamos, en este punto es donde hubiéramos comido de no haber estado lloviendo. Teníamos una parte del hielo a no más de veinte metros, al frente toda la pared de hielo y a la espalda todo el lago y como sonido de fondo los crujidos del hielo y ruido al caer al agua, todo esto para nosotros solos.
Después de un rato, subiendo y bajando por las piedras, haciendo mil y una fotos, iniciamos la vuelta. Cruzamos el lago, caminata hasta el punto de recogida de la barca y aquí surgió un pequeño contratiempo, una de las barcas tenía un pequeño problema técnico y para no arriesgar, se avisó al hotel para que enviaran un vehículo a recogernos en un punto determinado del río. Seis nos volvimos en coche y el resto en las barcas sin forzar. El camino en coche impresionante, pasamos por granjas, riachuelos, bosques, se abrieron (y se cerraron) no menos de 20 puertas para que pudiera pasar el coche, en total casi hora y media de viaje. Cuando llegamos a la cabaña, nos tenían encendidas las estufas de leña y el ambiente era muy agradable.
Una vez aseados, limpios y secos, nos fuimos a cenar y a comentar todas las anécdotas que nos habían pasado, perder la suela de una bota, meter los pies en el agua, las picaduras de los mosquitos, el haber comido calafate, hay un dicho “que quien come calafate vuelve a la Patagonia” y demás anécdotas. Después de la cena, un poco de charla y a descansar.
28/12/2014
28/12/2014
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